sábado, 13 de febrero de 2010

Romance de la Dama de Elche

Oh busto ibérico que eres
de majestad un ejemplo;
un prodigio de arte antiguo
entre lo adusto y risueño.

Lo pagano y lo divino
entre lo alegre y austero;
eres la verdad del arte;
de los artistas, el credo.

¿Eres diosa mitológica?
¿Ancestral reina de íberos?
¿Está escrito en tu destino
en guardado palimpsesto?

Eres prodigio de piedra
de la cultura de un pueblo;
piedra enterrada con vida
y desenterrada luego,

para ser la dama de Elche,
señora de los museos,
e inmortal ilicitana
bajo palio de tus huertos.

En la Loma de la Alcudia
en cuatro de agosto, obreros
agrícolas trabajaban,
la azada hendiendo en el suelo.

Y de pronto ante sus ojos
se abrió inesperado sésamo:
el azadón de un zagal
rozaba tu medio cuerpo.

¡Que júbilo ya en La Alcudia!
¡Cuan fausto acontecimiento!
Y tú, Manolico, ¡cómo
te enorgullecías de ello!

Enjugado ya el sudor,
por el trabajo en exceso,
solo con catorce años,
no acababas de creerlo.

En su danza por la Dama,
qué imágenes de guerreros
veía tu mente niña,
cual lo veía en los cuentos.

¡Cuántos petos, cuántas lanzas
quedarían bajo el suelo,
con que vencer a los niños
en fantásticos torneos!.

Y fue tanta tu alegría
al ver que eras el primero
en conocer a la Reina,
que todo te parecía bueno.

Pero cuando se llevaron
lo que para ti fue un sueño,
del que no despertarías,
te quedaste como muerto.

Antes ibas orgulloso.
El dueño (Manuel Campello)
de la entonces Reina Mora
y que fuera en Elche médico,

trasladó el busto a su casa,
al gentío presidiendo.
¿Lo recuerdas, Manolico?
La procesión del misterio

tanta gente parecía
con su fervor manifiesto.
Aprecio a la reina mora
sentían todos por dentro.

No ya sólo ilicitanos
eran los de tanto aprecio,
sino muchos españoles
y otros tantos extranjeros.

Toda la mirada puesta
en el balcón todo abierto,
que mostraba la figura
de aquel prodigio ibérico.

Un arqueólogo francés,
Pierre París, que el Misterio
vino a conocer un día
quedó prendado al momento

de aquella bella escultura.
Como un galán de su tiempo
bebió los vientos por ella,
hasta conseguir su objeto,

que fue comprarla enseguida,
ya con Campello de acuerdo.
Desde aquí, la Dama de Elche
la llama ya el mundo entero.

Y ya no la viste más,
Manolico, desde luego;
hasta que el día llegó,
cuando ya tú eras un viejo.

Con tu blusa dominguera
a Madrid fuiste ex profeso,
el año cincuenta y ocho;
ya el busto a España devuelto,

"Bon día, dona", le dijiste,
tus lágrimas conteniendo.
Manolico, tú en la Gloria,
e ilicitanos sin cuento,

diremos a nuestra Dama
-¡y ya en nuestro propio museo!-;
¡BON DÍA, DONA; BON DÍA!,
con nuestro amor más intenso.

En el primer centenario
de tu feliz desentierro,
nuestra egregia Dama de Elche,
¡estos son nuestros deseos!

Manuel Alfosea Pastor
Segundo premio del Certamen Literario convocado por la asociación de la Blusa y el Blusón de Elche en 1997.

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